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jueves, 8 de enero de 2015

Disco


Leo su mensaje. Me dice que nos veamos cuando salga de trabajar. No le contesto, me hago la dura. Tardo 5 minutos y creo que eso es todo un castigo.
Llamo al timbre y abre, apenas ha tardado unos segundos, parece que estaba detrás de la puerta. En el ascensor retoco mi pelo, me he maquillado antes de salir y percibo que demasiado, también me he puesto perfume, quiero que nuestras citas siempre queden marcadas con un olor. Yo siempre recuerdo el suyo.
Me espera en la cocina, es enorme, nunca había estado en ésta casa, siempre nos hemos esperado en el coche pero parece que nos estamos acercando, está escuchando música, en pijama con pantalones cortos que no niegan paso a la imaginación. Me lee sus mensajes con ella. La ilusión alumbra sus ojos dándole un color exclusivo. Le cuento que saldré con mis amigos mañana. Se quiere apuntar, por supuesto no me importa. Le doy un beso y poco mas tarde me marcho a casa. Conduciendo hago unas llamadas, había mentido, no había tal fiesta preparada hasta el momento pero poco tardé en organizar todo como si de algo normal se tratara. Todo preparado me voy tranquila a la ducha, me dispongo a quitarme ese bello que hoy sombrea mí piel. Quien sabe, mañana podría ser una gran noche.

Día largo en el trabajo, la cosa parece haberse complicado y saldré más tarde. Le aviso y no le importa. -Así tendrá más tiempo para arreglarse- pienso yo. Cuando le recojo en casa no me sorprende, negros vaqueros largos semiajustados, camiseta roja a rallas que aguda ese tono de piel canela, zapatillas de colorines con cordones naranjas, son bastante peculiares, en general todo es distintivo. Mis amigos están más que contentos, la fiesta empezó hace un rato para todos ellos, pero  no tardamos en cogerles el ritmo. Era un sitio nuevo, bastante oscuro incluso para ser una discoteca, las luces son escasas al contrario de los que nos encontramos en ella. Demasiada gente, eso me parece bueno para poder perdernos. Para ir a los aseos es necesario cruzar un largo pasillo que bien se han encargado unos particulares chicos en custodiar. La noche transcurre bien, unos bailes unas cervezas y algún que otro chupito para celebrar a escondidas esa noche prometedora que pronto termina siendo un poco dramática.

De pronto miro a la puerta de la discoteca y veo entrar una chica que despierta en mí una gran sospecha, recuerdo haberla visto antes, no sé muy bien dónde, pero me resulta familiar, su extravagancia no era relevante, pelirroja de ojos claros, tan claros que desde tal distancia lograban incluso transparentar todos sus pensamientos y vulnerabilidades. La minifalda y los zapatos que lleva también hicieron que casi toda la discoteca desviara su mirada a ella, sobre todo esos guardianes de pasillos que bien se encargaron de hacerle saber que podía elegir a cualquiera de ellos esa noche para acompañarla donde tuviera que ir.
Sigo bailando y  anhelo su presencia, no quiero parecer lunática por lo que no insinúo ni por un momento que estoy preocupada por su ausencia.  Las luces se encienden, parece que la noche terminará pronto y sigue sin aparecer. Me aseguro de que no se haya quedado en el baño antes de salir cuando ya no queda nadie pero, ni rastro. Cojo mi chaqueta y mi bolso, miro mi teléfono. Tengo un mensaje. ¿Habrá  pasado algo? ¿Habré hecho algo que le haya molestado? Resuelvo mis dudas cuando leo que se ha ido con ella. Ha elegido con quien terminar la noche y por supuesto estaba claro que no era conmigo que me dirigía sola a mi casa. Apenas recuerdo parte de la noche, si recuerdo el último tequila o tal vez el primero...
Habiendo perdido la noción del tiempo y la realidad, llego a casa y me meto en la cama no sin antes contestarle al mensaje. Esta vez sí he tardado un poco más en contestar, alrededor de unos 20 minutos, - Esto si es un escarmiento- aunque no se bien para quien, yo me encontraba sola en mi cama y seguramente no era en la misma situación que la suya.

Como a diario llamada a la hora de comer. Me cuenta que apareció ella que hacía mucho tiempo que querían hablar, habían terminado de forma extraña hace tiempo pero nunca tuvieron oportunidad de exponer razones lógicas y el despecho le llevo a pasar la noche allí, a dormir junto a ella y a llamarme a mí para contarme como si de una almohada me tratase, esas cosas que hoy no le dejarán comer. No muestro dolor alguno, por el contrario comento los detalles. Fue especial pero se ha pasado el resto del día llorando. No pensaba que hoy volvería a sentirse igual o quizás peor. Tengo que apoyarle y de nuevo organizar una nueva salida para esta noche. Esta vez solo le acompañare yo, algo más tranquilo para que pueda, si cabe, dar más detalles de todo lo que paso en aquella habitación que desconozco pero logro imaginármela bastante bien por las descripciones constantes. Sé que desde su cama pueden ver las estrellas aunque de pegatina, las compraron y acordaron ponerlas en el techo para poder velas cada noche, además comparten cama con la luna, una gatita negra que encontró en la calle, también tiene un escritorio donde utiliza sus discos para hacer esa música que tanto les gusta y que durante tanto tiempo escucharon cuando empezaban a salir, cuando se refugiaban en su habitación sin que nadie sospechase nada y hacían de cada día uno diferente, el portátil siempre está en el suelo y siempre acierta poniendo música que casualmente a ella termina encantándole. Esos lugares que plasmaron con fotografías siguen decorando cada pared de su dormitorio, después de un año aquello parece más un santuario de recuerdos.  Pocas cosas tienen en común pero ella sabe sacarle partido a todas esas escaseces.

Me preparo con limitado tiempo pero suficiente esmero. Me recojo el pelo después de varios intentos y peinados con la melena suelta, la verdad este nuevo corte no me favorece nada, prefiero anudarlo y dejar el cuello descubierto. Recibo su llamada, me está esperando abajo, en su coche moderno, pequeño, bastante pequeño como para que alguna noche no tengas ganas de llegar a casa, pero esa idea no estaba presente hoy, hoy que iba a hacer de amiga experta en dar consejos de cómo olvidarte de alguien que estas completamente enamorado pero sabes es inalcanzable, imposible o simplemente no funciona después de tantos y tantos intentos. Sientes que eres mejor persona sin esa parte de ti que te anula o te hace sentir mal y aun así no estas dispuesta a renunciar a ello. Por supuesto la que necesitara un experto después de esto seré yo. Tremendamente perpleja por mis dotes de actuación no muestro ni rastro del dolor que todo esto me causa, escucho con atención para poder seguir odiando a la pelirroja sublime que me arrebata cada noche mi ser más preciado, es fácil, sigue amándola y por mucho que intente despreciarla a tiempo que la excusa para continuamente tener disculpa cuando entre tanta gente la busca, yo la odio. Yo misma concluiría con esto con una conversación con la bella panocha.

La noche fue larga, como siempre terminamos en unos de esos antros que conoce y a mí me resultan cuanto menos extraños pero realmente agradables, la gente es muy alternativa y siento que paso desapercibida, eso me hace sentir muy a gusto aunque a veces temo que nos encontremos de cara con la indeseable (por mi parte claro) y tenga que marcharme sola a casa como de costumbre cuando ella emerge de la nada como si de arte de magia se tratase, como si alguien le avisase y diera la salida y tuviera que aparecer para dar un golpe de aire frío al momento y lugar en el que nos encontramos caldeando. Cada parte de su cuerpo que ojeo la veo más pronunciada, cada músculo que mueve al gesticular o al dirigirme una complicidad, siento si cabe, con más profundidad. No paramos de hablar, apenas consigo escuchar la música de fondo que nos envuelve como una sábana transparente en la que solo alcanzo a ver nuestras miradas compinches. Ya en mi casa, con unas copitas de más, me advierte que no está en sus íntegras condiciones de aceptar una invitación pero si me decido a pedírselo aceptara por no rechazarme. Sin escrúpulos alguno me da igual sus condiciones, yo soy capaz de controlar las mías y aprovecho la situación y me aprovecho. Prometimos dormir, y así fue. Mi trabajo me permitía llegar hoy un poco más tarde. Al despertar, le encontré mirándome fijamente sin saber cuánto tiempo llevaba en esa postura. No recordaba que estuviéramos sin ropa, al parecer no era tan consciente de mi estado de embriaguez que creí controlar sin problema la noche anterior. Empezó a tocarme y ha acariciarme sin separar de mí esa mirada penetrante que bastaba para hacerme estremecer. Me atreví a tocarle desafortunadamente, al parecer iba demasiado rápido y me freno. – Sólo quiero notar tu cuerpo-, dijo. – Pues déjame a mí disfrutar del tuyo- opuse yo.  – Eres muy suave, y no puedo dejar de tocarte, llevo así un par de horas y ni siquiera te has dado cuenta- dijo sonriendo burladamente.  Me sonrojé, lo note por la temperatura de mis mejillas, por un momento creí se partían a cachos. No rozo ni un milímetro de mi intimidad, ni siquiera alcanzo a rozarme el pecho. Al contrario, yo me lance rápidamente por segunda vez. Ladeo su cabeza echándola hacia atrás al tiempo que abría la boca para poder exhalar el poco aire que tuviera. Lo lanzo como una lanza hasta la otra parte de mi habitación emitiendo con él un chillido que alcanzo a penetrarme en lo más íntimo de mi cuerpo. Note una pequeña contracción que me aviso de mi lubricación intensa. Ella sabiendo de mi excitación debido al gemido que se me escapo sin control a toda velocidad hasta alcanzar el suyo que todavía resonaba al fondo, aprovechó para irrumpir dentro de mí. 

Apenas recuerdo que más paso después. Llegue tarde al trabajo pero mi eficacia de aquella tarde calló todas las bocas posibles dispuestas ha acecharme con sus críticas. 



martes, 6 de enero de 2015

Feliz cumpleaños

Desde la entrada, un camino hecho con velas que conduce hasta la puerta del baño, dentro más velas. Una nota que le indica los pasos a seguir. Tiene que quitarse la ropa sonreír y decir en voz alta –¡¡te quiero!!-. Yo escondida esperando la llamada con esa palabra que para ella es tabú debido a la importancia que tiene y sus miedos a pronunciarla en cualquier ocasión. No la oigo, al contrario escucho – ¿dónde estás? ¿No vas a venir?-. Intuyo que no la dirá, me conformo una vez más y salgo de mi escondite, desnuda y desilusionada aunque sé que en cuanto la vea olvidaré mi decepción. Nos metemos en la bañera llena de agua y espuma, como a ella le gusta y brindamos con las copas de champagne que estaban preparadas. Está contenta no deja de sonreír y mirarme, su mirada dice todo eso que ella no es capaz de pronunciar, pero yo, necesito más.

Nos tocamos, jugamos y termina todo lleno de agua. Corremos hacia la habitación, estoy dispuesta a hacerle lo que nunca antes le he hecho. Imagino posturas nuevas, pero no las llevo a cabo, le toco diferente, pero descubro que no es de su agrado. Encima de la cama están todos nuestros “juguetes” ella esquiva cruzar su mirada con ellos por si a mí se me ocurre utilizarlos, no importa, improviso otra vez algo diferente. Dejo de tocarle aun cuando tan suave y mojada está para seguir lubricándola de otra manera. Ahora quiero que me toque ella, pongo mis rodillas cada una a un lado de su cara, y me dispongo a bajar, se dirige a mí con voz serena, de repente parece que ya no está excitada, y me dice –¿Por qué paras?, me desanimo de nuevo pero intento no darle importancia pues estoy aquí para satisfacerla hoy un día más, quiero que ella disfrute. Doy media vuelta y agacho mi cabeza y mi cuerpo, nos encontramos unidas por nuestro sexo y acariciándonos de igual manera. Noto su olor y eso me gusta todavía más. Cambio de postura para que se concentre solamente en el placer que intento darle. Consigo que termine, entre gritos y sollozos, me abraza y suspira. A continuación ella baja por todo mi cuerpo sin separar un dedo de mis curvas y hace eso que tan bien sabe hacerme. A diferencia de ella, al terminar, la abrazo y le digo una y otra vez lo mucho que le amo. 


lunes, 5 de enero de 2015

Carta a una gran amiga / parte 2

A veces me siento a divagar en librerías y bibliotecas públicas, a leer prólogos y sinopsis que probablemente nunca leeré o quizá decida llevarme y se resuelva como el libro de mi vida. Y uso (que no gasto) mi tiempo en pasearme por las “calles” de esa ciudad de libros que son las estanterías repletas de volúmenes y de nociones que me rodean y me siento un poquito más feliz. Leo y releo piezas escritas por escritores que no pongo cara o autores que puedo imaginar sentados en sus mesas de diseño y pulcritud que parecen más un escaparate de una carísima tienda de Nueva York que el escondite de un creativo. Y me recreo en esas historias a las que pongo un punto de inflexión, una trama, un desenlace. Y me doy cuenta de que todo cuanto deseo laboralmente es escribir. Puede que no en una mesa de diseño, pero sí escribir. Escribir ficción o narrar al detalle reportajes de guerra. Quiero informar, regalar palabras que emocionen a la gente, hacer ver al público la verdad de lo que les rodea, hacer pensar a través de mi relato, escribir verdad con la literatura.

Iremos al Museo del Prado. Majestuoso edificio que ve caer las hojas en otoño y las gotas de sudor en verano. Te va a impresionar tanto como lo hizo la primera ve que lo vi. Columnas, arcadas y esculturas lo forman y custodian. Rodeado de una zona verde cuidada hasta molestar, entraremos a un espacio al que parece no importarle el tiempo ni la temperatura. Y veremos una historia de siglos y colores colgando por doquier. Y te enamorarás del museo porque te conozco. Y adivina qué. Las obras litográficas de Goya están en la exposición permanente. Recuerdo cuando hace años tu hermano me enseñó los dibujos de Goya y me explicó cómo se hacía. No entendí una sola palabra de todas aquellas explicaciones de grasas y ácidos con las que tu hermano fanfarroneaba aun a sabiendas de que su público era del todo inapropiado. Hoy ya puedo entender cómo funciona el proceso aunque  la imagen que creé de una piedra descomunal con chorritos de grasa, agua y tinta me resulta mucho más graciosa.
Iremos al Museo del Prado, e iremos porque es gratis en horario especial. Porque la gente dice que la cultura no ocupa lugar y que es accesible para todos, pero mienten. Porque eso lo dijo un rico con una casa de techos altos y enormes estanterías repletas de libros, un hombre con hueco ornamentados en las paredes para bustos y pequeñas esculturas, largas paredes donde colgar cuadros y fotografías de gran formato,  un hombre con preciosas vitrinas de cristal impoluto donde guarda sin mota alguna de polvo ánforas y brújulas chinas del siglo IX, un hombre con álbumes abarrotados de tickets de vuelos, de recibos de restaurantes o entradas a museos, cines y teatros. Pero amiga Sonia, por el momento, no somos esa clase de gente. Porque la gente pobre como nosotras tenemos pequeñas estanterías de Ikea que a duras penas aguantan el peso de los libros y vivimos en pisos que son, sencillamente, de menos paredes.


Para cuando salgamos del museo, querremos sentarnos a tomar algo y conozco el sitio perfecto. Juraría que se llama “La tapería”. No conozco el sitio por su comida, bebida, fama o recomendación. Conozco el sitio por “Juanpi”, un argentino de Córdoba con ojos pequeños y mirada distraída al que le encanta hacer preguntas inesperadas y que tiene una sonrisa tímida de dientes diminutos. De vez en cuando voy a visitarle y a que me invite a alguna tapa de mini sándwiches de jamón y queso. Es una persona que conozco a través de una amiga, pero tiene un carácter que le hace tremendamente especial. Cuenta historias enigmáticas que terminan en absurdos inesperados. Y tiene esa cultura que te da la vida, la que llaman cultura de la calle, porque Juanpi no ha pisado una academia, una universidad, apenas una escuela. Pero Juanpi es un “tío” culto, un “tío” que sabe. En una ocasión me contó que Madrid era una ciudad única y peculiar porque le ponían nombre hasta a las farolas,  que era una preciosa historia porque era en honor a un Rey y al nacimiento de su hija. Dominada por la curiosidad, “googleé” en busca de información y para mi sorpresa, descubrí que existe un estilo de farola denominada “fernandina” en honor a Fernando VII, que tiene dos efes encaradas, el número VII, una corona y la fecha 1832. Ya las verás Sonia, porque estás farolas no se esconden.

Cerca de allí está el parque de El Retiro. Es un lugar para perderse si no fuera por lo muy transitado. Es una pequeña isla de naturaleza en medio de un mundo férreo y ruidoso. Tiene muchos rincones y lugares que de alguna forma u otra se convierten en especiales. En mi caso, si tengo que elegir es el busto de Francisco de Paula Martí Mora. Puede que no coincida con mucha gente porque la estatua en sí no es excepcional, no llama especialmente la atención o tiene una fama anómala. Es un busto de un caballero del siglo XIX encuadrado bajo una pequeña estructura geométrica de piedra que reza: “Currant verba licet manus est velocior illis nondum lingua suum dextra peregrit opus”. La hiedra cubre parte de las letras y transforma el mensaje dándole un aire de misterio que probablemente no vea nadie más. Pero yo lo veo. Y pienso en aquel hombre valenciano que nació en un pequeño pueblo y perfeccionó una nueva manera de escribir, ahí es nada. Piénsalo Sonia, la taquigrafía redacta a la misma velocidad a la que hablamos utilizando garabatos indescifrables para el hombre de a pie. Es un código, un lenguaje secreto, y esa invención, esa nueva manera de escribir quedó en un esbozo práctico para el mundo judicial y similares. ¡Qué injusto! Me siento cerca de ese busto que la gente ignora por no conocer y que ni siquiera despierta el más mínimo atisbo de curiosidad por conocer y me molesta. Pero al mismo tiempo siento un privilegio, una sensación de orgullo intelectual que hace que la escena de aquel hombre que está allí mirando al horizonte viéndolas venir, se convierta en algo íntimo y familiar. Es como si el cuadro de Las Meninas colgara de una pared cualquiera y la gente no apreciara lo que ve y pasara de largo. E imagino una conexión con ese hombre, aquel hombre que descansa mirando al horizonte, viéndolas venir.

Amiga, muy amiga Sonia, me despido con una reflexión melancólica, creo que como cada carta que te escribo. Llegará el día en el que los libros físicos no existan. Los ricos no necesitarán tantas lujosas estanterías, la gente en el metro sólo llevará e-book´s, los niños no pincharán las burbujas del forro de los libros al comenzar el curso, la gente no olvidará marca páginas en los libros prestados de las bibliotecas. Llegará el día en el que no existan los periódicos físicos. No se repartirán periódicos gratuitos a la entrada del metro, no se envolverán vasos en las mudanzas, no se venderán periódicos antiguos proclamando la instauración de la II República o la muerte de algún escritor. ¿Cómo podrán espiar los detectives privados si no es tras un periódico? Las hemerotecas serán aplicaciones en el móvil y no existirá el carnet de investigador. Se buscarán las páginas de periódicos antiguos deslizándose con el dedo sobre una pantalla pulcra y blanca con una manzanita al otro lado de la pantalla plana. Pero, ¡si no existe el BOE impreso! Y se me plantea una visión que me da un vértigo que se agarra al estómago. Una nueva era de periodismo y comunicación se abre ante nosotras querida Sonia. Evolucionamos y nos desarrollamos. Siéntete como Gutenberg ante su máquina de imprenta sacando copias de la Biblia porque es el momento de acertar, más que con el invento, con el método. Hay que estar preparadas.

Te espero a tu llegada para emprender un viaje preparado para la improvisación.



Tu amiga que te quiere. Irene.




martes, 30 de diciembre de 2014

Carta a una gran amiga / Parte 1

Querida Sonia:
Siento haber tardado tanto en contestarte a tu última carta. He estado liada en exceso y cometí el error de demorar la escritura. ¡Estúpidas prioridades! Fue inspirador leerte. Envidio el momento por el que estás pasando. Tantas experiencias, tantas vivencias, emociones y nuevo saber. Son buenos tiempos para las esperanzas y los ilusos y ¡cuánto pecamos tú y yo de eso!

Estoy deseando que llegues a Madrid. Todavía quedan varias semanas pero yo ya le doy vueltas. Quiero enseñarte una ciudad de la que te enamores, y no por lo que se ve a primera vista sino por lo que ella esconde. Quiero enseñarte un Madrid a través de mis ojos, de mi filtro de periodista, de mi criba peculiar cultural que compartimos.

Me gusta pasear por las calles de Madrid, siento que camino por los mismos lugares por los que antaño grandes ilustres, hombres y mujeres de letras  y ciencias o librepensadores, paseaban y disfrutaban de una ciudad completamente distinta, de la misma ciudad.

Como sabes, vivo desde hace poco más de un año en el barrio de La Latina. Lo cierto es que el piso que encontramos resultó de forma bastante fortuita y un tanto extraña, pero no es una historia bonita de contar, así que te ahorro detalles. El piso es exterior y desde mi balcón veo la vida de barrio que tanto echaba de menos. ¿Recuerdas cuando nuestras madres nos llamaban desde el balcón a la hora de cenar? Aquí es un tanto distinto, pero la esencia de barrio es la misma. Observo a la gente pasar con sus perros camino del parque que hay tras la Iglesia de San Francisco “el grande”, a los padres que llevan a sus hijos al colegio, las señoras que van con el carrito al mercado de La Cebada. Hay veces que incluso asoma el voyeur que todos llevamos dentro y observo a la señora que vive justo enfrente, un piso más abajo. Su ventana de la cocina da a la calle y desde mi balcón veo un trocito de encimera y parte del suelo. La perspectiva no me permite verle el rostro y la escena de la cocina se vela anónima, como si no estuviese observando a nadie por no verle la cara. Y ella cocina y yo miro. Y entra a escena su perro. Un diminuto York Shire que se sienta expectante a los actos de su dueña, casi tan voyeur como yo, aunque con otras intenciones. A veces imagino un personaje y le regalo una historia, un nombre, un origen, una pena, un pasaporte sellado y me siento a escribir porque todo cuanto te envuelve tiene una historia que se puede convertir en cuento. 

Sonia tienes que conocer mi barrio. Las calles son irregulares y ¡es tan fácil creerse perdido y encontrarse un segundo después! Ya conozco casi todos sus recovecos: la fábrica de patatas fritas, la cerería, la vinoteca, un montón de lugares simbólicos que despiertan mi curiosidad y tiro de 4G y leo la historia de La Latina. Me gusta mi barrio por lo que es ahora, pero mucho más desde que supe que Beatriz Galindo La Latina fue una mujer que destacó por poseer un conocimiento absoluto del latín, por amar la lógica de Aristóteles y por afamarse por sus escritos varios en el siglo XV. Puede parecer una tontería, pero al saberlo, siento que encajo.

Cuando vengas te llevaré al mercado de La Cebada. Sale bastante por televisión porque lo decoran con colorines chillones y mensajes de sobre de azúcar para un pueblo que desentona con el mensaje. Seguro que lo has visto alguna vez. En realidad el mercado que le precedía era mucho más bonito. Un edificio de forja y hierro que marcaba los tempos de una zona mercantil y la vida de media ciudad y alrededores Aquel edificio fue empleado para dar fin a decenas de personas, fue zona administrativa durante la Guerra Civil y ahora es el punto colorido del barrio. Estoy segura de que aún hay almas aferradas, verdades ahogadas y ahora olvidadas bajo un edificio que sirvió de centro neurálgico y de emblema de una zona de Madrid. ¡Cómo tenía que ser ver levantar esos edificios! Está de moda decir que ahora la vida es vertiginosa, que todo se construye para ser gastado, sin intención de durabilidad, sino con una visión de renta. Y te planteas la Revolución Industrial. Te planteas los edificios levantados a golpe de martillo y riesgo para exposiciones temporales para desmontar (o no) tras el evento.
Pero tranquila, no te voy a poner la miel en los labios. Iremos al mercado de San Miguel. Es una suerte de mercado que evoca siglos de agitados cambios con la última moda en cocina deconstruída. Pináculos de hierro, enormes cristales y haces de luz delatando al polvo que vuela ajeno al alboroto. Te va a encantar.

Te llevaré a la Plaza de Tirso de Molina. Es un lugar un tanto ecléctico. Tiene múltiples caras, de día, de noche, de domingo. La miscelánea racial y social se mezcla con una arquitectura de épocas tan mixtas como lo son las personas que las usan. Existen tantos lugares inexplorados por los ojos de los curiosos de la historia. Algunas de esas casas pertenecen al patrimonio de la cultura, algunas fueron refugio de artistas, algunas fueron hogar de genios. Cuando Sorolla pintó a Pérez Galdós, tenía el estudio en esa misma plaza, antes citada como la Plaza del Progreso. ¿Te imaginas la situación? Un valenciano inspirado pintando el semblante serio aunque amigable de uno de las grandes escritores de nuestro país. Hablarían de sus nuevas obras, del porqué de la generosidad en el óleo o de la trama de algún capítulo de folletín que tuviera entre manos. A veces recuerdo cuando escribíamos pequeñas historias y las leíamos a Anay, María y a Mamen que se hacían pasar por nuestras hijas. Pienso seriamente en la posibilidad de retomar el estilo del folletín, aunque las entregas serían vía blog. La evolución de la literatura. Mismos temas, adaptaciones de lenguaje, misma narrativa, nuevos medios. Ya te contaré los proyectos que he estado meditando. Puede que te pida ayuda.

Justo al lado de la plaza está la calle Conde Duque. Yo la llamo en petit comité “la calle eterna”. Al llegar al barrio la recorría miles de veces, y al final se hace un tanto pesada. Pero dejó de serlo el día que mi mirada reparó hacia uno de los pisos, provocada por el tremendo ambiente de ruido y fiesta que salía de uno de los balcones. Efectivamente, unos chicos bailaban y desentonaban canciones de una Marta Sánchez pre-operaciones estéticas, ligeros de ropa y con algunas burbujas demás. Alzada la vista, reparé unos metros más adelante en unos pequeños torreones y en una fachada adornada con pequeños frontones que nada combinaban con el color amarillo pobre que desafortunadamente lo decora. Y leí las diez letras con tipografía sanserif que me devolvieron las ganas de caminar esos mismos adoquines que 1 minuto antes me molestaba tener que pisar: EL IMPARCIAL. Justo delante de mí se erigía el pequeño edificio en el que años atrás funcionaban a toda máquina las rotativas con noticias de principios de siglo XX, donde la tinta de redactores volaba para escribir con acierto al corte del periódico las noticias del día. Sonia, qué felices seríamos si nuestras palabras se leyeran diariamente por unas personas ávidas de saber, si nuestras frases calaran en una opinión pública que camina a la deriva de la desconfianza. Corren tiempos complicados para los periodistas. Los cambios siempre han sido complicados.


Fue entonces cuando algo se removió en mí y recordé uno de los motivos por los que mi camino se desviaba hacia una ciudad desconocida para mí. Las cosas importantes se forjan en los detalles. Y te das cuenta de que todo cuanto te rodea tiene una pequeña o gran historia detrás. Algunas serán terribles, otras preciosas, otras ni lo uno ni lo otro. Cada detalle de la ciudad desprende un trocito de Historia que sólo quienes conocen, saben mirar. Y por ello cuando paseo por las calles de Madrid se me antoja el conocimiento, el saber.
Continuará...

Conoce Madrid.