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lunes, 3 de noviembre de 2014

Alfredo sonrió al pensar en cómo la absoluta necesidad se había convertido en virtud.

Vio de lejos a aquella pareja acercándose y hablando entre ellos. Uno llevaba una mochila negra a la espalda. Alfredo estaba nervioso. Muchos eran los que se habían acercado a preguntarle, a ver aquella casa por fuera y a conocerla por dentro. Muchos le habían preguntado el porqué sin conocerle, otros le habían mirado con desprecio como si su aquella idea loca fuese motivo de repulsa. Pero Alfredo era feliz. Estaba encantado de provocar a todo el pueblo y de haber suscitado interés en los forasteros. Ahora era el turno de un periódico de tirada nacional y Alfredo se sentía emocionado. Había contado muchas veces su historia, cada vez de una manera distinta, cada vez una versión que se adaptara a los oídos de quien escuchaba con incertidumbre, pero siempre la misma. Saludaron desde la lejanía, con el ceño fruncido por el sol que les iluminaba como si fueran seres celestiales. Alfredo estaba mirando desde su ventana. Repasó sin intención todo lo que le había llevado a estar expectante a la entrevista. La frustración, le desesperación, el miedo y la necesidad que había inundado su vida como un tsunami y había arrasado con sus emociones le venía a la mente como si volviera a estar en ese momento de su vida. Movió la cabeza negando para ayudar a que las sensaciones desaparecieran de su mente. Como si tirara de un hilo, los pensamientos de hacer feliz a su hija le vinieron a un tempo ideal, pudiendo degustar el resultado como si comiera ambrosía. El pálpito de seguir las locuras de su hija de cuatro años de colgar las cosas en la pared para que la gente lo viera para poder venderlas mejor había resultado, sencillamente, la solución a sus problemas económicos. Toda la historia que ahora iba a contar a pecho abierto le bailaba en innumerables pensamientos en su cabeza.

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