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martes, 30 de diciembre de 2014

Carta a una gran amiga / Parte 1

Querida Sonia:
Siento haber tardado tanto en contestarte a tu última carta. He estado liada en exceso y cometí el error de demorar la escritura. ¡Estúpidas prioridades! Fue inspirador leerte. Envidio el momento por el que estás pasando. Tantas experiencias, tantas vivencias, emociones y nuevo saber. Son buenos tiempos para las esperanzas y los ilusos y ¡cuánto pecamos tú y yo de eso!

Estoy deseando que llegues a Madrid. Todavía quedan varias semanas pero yo ya le doy vueltas. Quiero enseñarte una ciudad de la que te enamores, y no por lo que se ve a primera vista sino por lo que ella esconde. Quiero enseñarte un Madrid a través de mis ojos, de mi filtro de periodista, de mi criba peculiar cultural que compartimos.

Me gusta pasear por las calles de Madrid, siento que camino por los mismos lugares por los que antaño grandes ilustres, hombres y mujeres de letras  y ciencias o librepensadores, paseaban y disfrutaban de una ciudad completamente distinta, de la misma ciudad.

Como sabes, vivo desde hace poco más de un año en el barrio de La Latina. Lo cierto es que el piso que encontramos resultó de forma bastante fortuita y un tanto extraña, pero no es una historia bonita de contar, así que te ahorro detalles. El piso es exterior y desde mi balcón veo la vida de barrio que tanto echaba de menos. ¿Recuerdas cuando nuestras madres nos llamaban desde el balcón a la hora de cenar? Aquí es un tanto distinto, pero la esencia de barrio es la misma. Observo a la gente pasar con sus perros camino del parque que hay tras la Iglesia de San Francisco “el grande”, a los padres que llevan a sus hijos al colegio, las señoras que van con el carrito al mercado de La Cebada. Hay veces que incluso asoma el voyeur que todos llevamos dentro y observo a la señora que vive justo enfrente, un piso más abajo. Su ventana de la cocina da a la calle y desde mi balcón veo un trocito de encimera y parte del suelo. La perspectiva no me permite verle el rostro y la escena de la cocina se vela anónima, como si no estuviese observando a nadie por no verle la cara. Y ella cocina y yo miro. Y entra a escena su perro. Un diminuto York Shire que se sienta expectante a los actos de su dueña, casi tan voyeur como yo, aunque con otras intenciones. A veces imagino un personaje y le regalo una historia, un nombre, un origen, una pena, un pasaporte sellado y me siento a escribir porque todo cuanto te envuelve tiene una historia que se puede convertir en cuento. 

Sonia tienes que conocer mi barrio. Las calles son irregulares y ¡es tan fácil creerse perdido y encontrarse un segundo después! Ya conozco casi todos sus recovecos: la fábrica de patatas fritas, la cerería, la vinoteca, un montón de lugares simbólicos que despiertan mi curiosidad y tiro de 4G y leo la historia de La Latina. Me gusta mi barrio por lo que es ahora, pero mucho más desde que supe que Beatriz Galindo La Latina fue una mujer que destacó por poseer un conocimiento absoluto del latín, por amar la lógica de Aristóteles y por afamarse por sus escritos varios en el siglo XV. Puede parecer una tontería, pero al saberlo, siento que encajo.

Cuando vengas te llevaré al mercado de La Cebada. Sale bastante por televisión porque lo decoran con colorines chillones y mensajes de sobre de azúcar para un pueblo que desentona con el mensaje. Seguro que lo has visto alguna vez. En realidad el mercado que le precedía era mucho más bonito. Un edificio de forja y hierro que marcaba los tempos de una zona mercantil y la vida de media ciudad y alrededores Aquel edificio fue empleado para dar fin a decenas de personas, fue zona administrativa durante la Guerra Civil y ahora es el punto colorido del barrio. Estoy segura de que aún hay almas aferradas, verdades ahogadas y ahora olvidadas bajo un edificio que sirvió de centro neurálgico y de emblema de una zona de Madrid. ¡Cómo tenía que ser ver levantar esos edificios! Está de moda decir que ahora la vida es vertiginosa, que todo se construye para ser gastado, sin intención de durabilidad, sino con una visión de renta. Y te planteas la Revolución Industrial. Te planteas los edificios levantados a golpe de martillo y riesgo para exposiciones temporales para desmontar (o no) tras el evento.
Pero tranquila, no te voy a poner la miel en los labios. Iremos al mercado de San Miguel. Es una suerte de mercado que evoca siglos de agitados cambios con la última moda en cocina deconstruída. Pináculos de hierro, enormes cristales y haces de luz delatando al polvo que vuela ajeno al alboroto. Te va a encantar.

Te llevaré a la Plaza de Tirso de Molina. Es un lugar un tanto ecléctico. Tiene múltiples caras, de día, de noche, de domingo. La miscelánea racial y social se mezcla con una arquitectura de épocas tan mixtas como lo son las personas que las usan. Existen tantos lugares inexplorados por los ojos de los curiosos de la historia. Algunas de esas casas pertenecen al patrimonio de la cultura, algunas fueron refugio de artistas, algunas fueron hogar de genios. Cuando Sorolla pintó a Pérez Galdós, tenía el estudio en esa misma plaza, antes citada como la Plaza del Progreso. ¿Te imaginas la situación? Un valenciano inspirado pintando el semblante serio aunque amigable de uno de las grandes escritores de nuestro país. Hablarían de sus nuevas obras, del porqué de la generosidad en el óleo o de la trama de algún capítulo de folletín que tuviera entre manos. A veces recuerdo cuando escribíamos pequeñas historias y las leíamos a Anay, María y a Mamen que se hacían pasar por nuestras hijas. Pienso seriamente en la posibilidad de retomar el estilo del folletín, aunque las entregas serían vía blog. La evolución de la literatura. Mismos temas, adaptaciones de lenguaje, misma narrativa, nuevos medios. Ya te contaré los proyectos que he estado meditando. Puede que te pida ayuda.

Justo al lado de la plaza está la calle Conde Duque. Yo la llamo en petit comité “la calle eterna”. Al llegar al barrio la recorría miles de veces, y al final se hace un tanto pesada. Pero dejó de serlo el día que mi mirada reparó hacia uno de los pisos, provocada por el tremendo ambiente de ruido y fiesta que salía de uno de los balcones. Efectivamente, unos chicos bailaban y desentonaban canciones de una Marta Sánchez pre-operaciones estéticas, ligeros de ropa y con algunas burbujas demás. Alzada la vista, reparé unos metros más adelante en unos pequeños torreones y en una fachada adornada con pequeños frontones que nada combinaban con el color amarillo pobre que desafortunadamente lo decora. Y leí las diez letras con tipografía sanserif que me devolvieron las ganas de caminar esos mismos adoquines que 1 minuto antes me molestaba tener que pisar: EL IMPARCIAL. Justo delante de mí se erigía el pequeño edificio en el que años atrás funcionaban a toda máquina las rotativas con noticias de principios de siglo XX, donde la tinta de redactores volaba para escribir con acierto al corte del periódico las noticias del día. Sonia, qué felices seríamos si nuestras palabras se leyeran diariamente por unas personas ávidas de saber, si nuestras frases calaran en una opinión pública que camina a la deriva de la desconfianza. Corren tiempos complicados para los periodistas. Los cambios siempre han sido complicados.


Fue entonces cuando algo se removió en mí y recordé uno de los motivos por los que mi camino se desviaba hacia una ciudad desconocida para mí. Las cosas importantes se forjan en los detalles. Y te das cuenta de que todo cuanto te rodea tiene una pequeña o gran historia detrás. Algunas serán terribles, otras preciosas, otras ni lo uno ni lo otro. Cada detalle de la ciudad desprende un trocito de Historia que sólo quienes conocen, saben mirar. Y por ello cuando paseo por las calles de Madrid se me antoja el conocimiento, el saber.
Continuará...

Conoce Madrid. 

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