Querida Sonia:
Siento haber
tardado tanto en contestarte a tu última carta. He estado liada en exceso y
cometí el error de demorar la escritura. ¡Estúpidas prioridades! Fue inspirador
leerte. Envidio el momento por el que estás pasando. Tantas experiencias,
tantas vivencias, emociones y nuevo saber. Son buenos tiempos para las
esperanzas y los ilusos y ¡cuánto pecamos tú y yo de eso!
Estoy deseando
que llegues a Madrid. Todavía quedan varias semanas pero yo ya le doy vueltas.
Quiero enseñarte una ciudad de la que te enamores, y no por lo que se ve a
primera vista sino por lo que ella esconde. Quiero enseñarte un Madrid a través
de mis ojos, de mi filtro de periodista, de mi criba peculiar cultural que
compartimos.
Me gusta
pasear por las calles de Madrid, siento que camino por los mismos lugares por
los que antaño grandes ilustres, hombres y mujeres de letras y ciencias o librepensadores, paseaban y
disfrutaban de una ciudad completamente distinta, de la misma ciudad.
Como sabes,
vivo desde hace poco más de un año en el barrio de La Latina. Lo cierto es que
el piso que encontramos resultó de forma bastante fortuita y un tanto extraña,
pero no es una historia bonita de contar, así que te ahorro detalles. El piso
es exterior y desde mi balcón veo la vida de barrio que tanto echaba de menos.
¿Recuerdas cuando nuestras madres nos llamaban desde el balcón a la hora de
cenar? Aquí es un tanto distinto, pero la esencia de barrio es la misma.
Observo a la gente pasar con sus perros camino del parque que hay tras la
Iglesia de San Francisco “el grande”, a los padres que llevan a sus hijos al
colegio, las señoras que van con el carrito al mercado de La Cebada. Hay veces
que incluso asoma el voyeur que todos
llevamos dentro y observo a la señora que vive justo enfrente, un piso más
abajo. Su ventana de la cocina da a la calle y desde mi balcón veo un trocito
de encimera y parte del suelo. La perspectiva no me permite verle el rostro y
la escena de la cocina se vela anónima, como si no estuviese observando a nadie
por no verle la cara. Y ella cocina y yo miro. Y entra a escena su perro. Un
diminuto York Shire que se sienta expectante a los actos de su dueña, casi tan voyeur como yo, aunque con otras intenciones.
A veces imagino un personaje y le regalo una historia, un nombre, un origen,
una pena, un pasaporte sellado y me siento a escribir porque todo cuanto te
envuelve tiene una historia que se puede convertir en cuento.
Sonia tienes
que conocer mi barrio. Las calles son irregulares y ¡es tan fácil creerse
perdido y encontrarse un segundo después! Ya conozco casi todos sus recovecos:
la fábrica de patatas fritas, la cerería, la vinoteca, un montón de lugares
simbólicos que despiertan mi curiosidad y tiro de 4G y leo la historia de La
Latina. Me gusta mi barrio por lo que es ahora, pero mucho más desde que supe
que Beatriz Galindo La Latina fue una mujer que destacó por poseer un
conocimiento absoluto del latín, por amar la lógica de Aristóteles y por
afamarse por sus escritos varios en el siglo XV. Puede parecer una tontería,
pero al saberlo, siento que encajo.
Cuando vengas
te llevaré al mercado de La Cebada. Sale bastante por televisión porque lo
decoran con colorines chillones y mensajes de sobre de azúcar para un pueblo
que desentona con el mensaje. Seguro que lo has visto alguna vez. En realidad
el mercado que le precedía era mucho más bonito. Un edificio de forja y hierro
que marcaba los tempos de una zona mercantil y la vida de media ciudad y alrededores
Aquel edificio fue empleado para dar fin a decenas de personas, fue zona
administrativa durante la Guerra Civil y ahora es el punto colorido del barrio.
Estoy segura de que aún hay almas aferradas, verdades ahogadas y ahora
olvidadas bajo un edificio que sirvió de centro neurálgico y de emblema de una
zona de Madrid. ¡Cómo tenía que ser ver levantar esos edificios! Está de moda
decir que ahora la vida es vertiginosa, que todo se construye para ser gastado,
sin intención de durabilidad, sino con una visión de renta. Y te planteas la
Revolución Industrial. Te planteas los edificios levantados a golpe de martillo
y riesgo para exposiciones temporales para desmontar (o no) tras el evento.
Pero
tranquila, no te voy a poner la miel en los labios. Iremos al mercado de San
Miguel. Es una suerte de mercado que evoca siglos de agitados cambios con la
última moda en cocina deconstruída. Pináculos de hierro, enormes cristales y
haces de luz delatando al polvo que vuela ajeno al alboroto. Te va a encantar.
Te llevaré a
la Plaza de Tirso de Molina. Es un lugar un tanto ecléctico. Tiene múltiples
caras, de día, de noche, de domingo. La miscelánea racial y social se mezcla
con una arquitectura de épocas tan mixtas como lo son las personas que las
usan. Existen tantos lugares inexplorados por los ojos de los curiosos de la
historia. Algunas de esas casas pertenecen al patrimonio de la cultura, algunas
fueron refugio de artistas, algunas fueron hogar de genios. Cuando Sorolla
pintó a Pérez Galdós, tenía el estudio en esa misma plaza, antes citada como la
Plaza del Progreso. ¿Te imaginas la situación? Un valenciano inspirado pintando
el semblante serio aunque amigable de uno de las grandes escritores de nuestro
país. Hablarían de sus nuevas obras, del porqué de la generosidad en el óleo o
de la trama de algún capítulo de folletín que tuviera entre manos. A veces
recuerdo cuando escribíamos pequeñas historias y las leíamos a Anay, María y a
Mamen que se hacían pasar por nuestras hijas. Pienso seriamente en la posibilidad
de retomar el estilo del folletín, aunque las entregas serían vía blog. La
evolución de la literatura. Mismos temas, adaptaciones de lenguaje, misma
narrativa, nuevos medios. Ya te contaré los proyectos que he estado meditando.
Puede que te pida ayuda.
Justo al lado
de la plaza está la calle Conde Duque. Yo la llamo en petit comité “la calle eterna”. Al llegar al barrio la recorría
miles de veces, y al final se hace un tanto pesada. Pero dejó de serlo el día
que mi mirada reparó hacia uno de los pisos, provocada por el tremendo ambiente
de ruido y fiesta que salía de uno de los balcones. Efectivamente, unos chicos
bailaban y desentonaban canciones de una Marta Sánchez pre-operaciones
estéticas, ligeros de ropa y con algunas burbujas demás. Alzada la vista,
reparé unos metros más adelante en unos pequeños torreones y en una fachada
adornada con pequeños frontones que nada combinaban con el color amarillo pobre
que desafortunadamente lo decora. Y leí las diez letras con tipografía sanserif que me devolvieron las ganas de
caminar esos mismos adoquines que 1 minuto antes me molestaba tener que pisar:
EL IMPARCIAL. Justo delante de mí se erigía el pequeño edificio en el que años
atrás funcionaban a toda máquina las rotativas con noticias de principios de
siglo XX, donde la tinta de redactores volaba para escribir con acierto al
corte del periódico las noticias del día. Sonia, qué felices seríamos si
nuestras palabras se leyeran diariamente por unas personas ávidas de saber, si
nuestras frases calaran en una opinión pública que camina a la deriva de la
desconfianza. Corren tiempos complicados para los periodistas. Los cambios
siempre han sido complicados.
Fue entonces
cuando algo se removió en mí y recordé uno de los motivos por los que mi camino
se desviaba hacia una ciudad desconocida para mí. Las cosas importantes se
forjan en los detalles. Y te das cuenta de que todo cuanto te rodea tiene una
pequeña o gran historia detrás. Algunas serán terribles, otras preciosas, otras
ni lo uno ni lo otro. Cada detalle de la ciudad desprende un trocito de
Historia que sólo quienes conocen, saben mirar. Y por ello cuando paseo por las
calles de Madrid se me antoja el conocimiento, el saber.




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